Palabras mayores (o las tres Anunciaciones)

Barcelona, 8 de julio de 2025:

Cuándo aterricé en Menorca para recibir el Premio Borne de Teatro 2006, los miembros del jurado, que aún desconocían la identidad del galardonado, habían hecho sus quinielas: «¡Seguro que es José Sanchis Sinisterra quien baja del avión!». Pues no. Fui yo quien bajó… y nadie me reconoció. La organización no dio conmigo hasta al cabo de un rato, ya andaba yo esperando un taxi para llegar hasta Ciutadella.

El jurado no dejaba de preguntarse de dónde había salido ese tipo desgarbado, de mirada penetrante y timidez casi patológica que respondía al nombre de Carlos Be. ¿Tanto les había fascinado la lectura de Origami? Pues sí. Al subir al escenario del Teatro Principal para recibir el trofeo ante más de ochocientas personas, con el discurso escrito a mano en una pajarita de papel aplastada dentro del bolsillo del pantalón, me temblaba todo. Ante el atril, desplegué la pajarita y me quedé en blanco. Un blanco absoluto. Eterno. Y el aplauso del público arrasó el teatro entero.

Aquella noche soñé que recibía el Premio Borne. Desperté con una sonrisa en los labios: por primera vez en la vida, me había avanzado a mis sueños.

Empecé a escribir teatro en Barcelona en torno a los 2000. Los premios literarios se sucedían uno tras otro, también las publicaciones, pero no había manera de estrenar en el circuito público. Tampoco conocía a nadie del sector, a quién iba a conocer un malogrado estudiante de Medicina que se pasaba el día entero entre las aulas y las consultas del Hospital de Sant Pau. Además, como autor no podía ser más iconoclasta: escribía lo que me daba la gana, los estrenos en las salas independientes se sucedían uno tras otro, el público entraba en catarsis… Y la mediocridad empezó a verme como peligroso. El Premio Borne terminó de colocarme en la palestra e identifiqué las primeras señales de alarmas. Fue entonces cuando tuve la primera Anunciación. Mi Ángel de la Guarda se me apareció y me dijo: «Carlitos, vete a Madrid, aquí no te dan cancha».

En Madrid, críticos emblemáticos empezaron a apostar por mí. Allí me recibieron mi querido Pepe Henríquez o Javier Villán con su bella profecía: «un autor llamado a empresas mayores», pero en la capital las señales de alarmas se intensificaron y es que en Madrid, ya se sabe, en Madrid siempre hay más de todo y también hay más mediocridad que en ninguna otra ciudad española, una mediocridad que, además, lleva demasiadas décadas instalada en los pasillos oficiales como para permitir que un recién llegado de provincias se cuele en uno de sus despachos reservados. Pero yo no tenía prisa —ni la tengo—. Porque tenía una voz propia —y la tengo—. Y eso les exasperaba y se retorcían en sus pasillos —y se retuercen—. Así pues, a los diez años en Madrid tuve la segunda Anunciación y mi Ángel de la Guarda me dijo: «Carlitos, mucho cuidado. No hay nada que excite más a un mediocre que someter a un artista».

Lo que no consiguió la mediocridad en Barcelona y Madrid —ni sus puñales, tantos, afilados, certeros, clavados en mi espalda— fue detener las palabras. Gracias a internet, mis textos llegaron más lejos de lo esperado, y empezaron a leerse y estrenarse allá y acullá, a puerta fría, sin necesidad de pertenecer a ciclos subvencionados ni nada por el estilo: solo porque esa voz propia y sin prisa resultó que era universal. Nueva York, Praga, Buenos Aires, Ciudad de México, Bogotá, Caracas, Panamá… Es verdad que corría el riesgo —y lo corro— de ser víctima de plagio, o mis derechos de autor vulnerados, pero era un riesgo que asumir.

Si aquel jurado del Premio Borne me preguntase hoy de dónde he salido, respondería sin dudar que de allí donde muchos no estuvieron ni estarán nunca:

De la vida y del tiempo,
del amor dentro y fuera del teatro,
de los cimientos profundos e inamovibles que sostienen la humanidad,
de los libros y de sus palabras,
y no de cualesquiera palabras:
de palabras mayores.

Este año toca la tercera Anunciación de mi Ángel de la Guarda. ¿Con qué revelación me sorprenderá?

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Respuesta

  1. Avatar de Joan Bentallé

    Preciooso te quiero mucho MUCHO

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