Madrid, 28 de febrero de 2025:

No me acordaba, pero es verdad: escribo mal.

Hacía tiempo que no pensaba en ello. Me lo recuerda Antonio, uno de los cronistas de Moebius. El fin de la violencia, y lo hace por escrito la semana que se encarga del cuaderno de bitácora donde registramos todo lo que ocurre en ensayos.

Antonio escribe lo siguiente:

«Nuestro capitán —se refiere así a mí porque tengo que aclarar que Antonio, aparte de no perder ripio, es un maestro de la metáfora náutica— coge su lápiz 2HB de esa manera tan peculiar: el índice escondido y el corazón anillado que empuja, ambos son abrazados por el dedo gordo…».

He escrito mal desde siempre. El profesor de dibujo técnico de EGB, un cura de paisano, era el más terrible con estas cuestiones. A los zurdos los tenía fritos, qué pena me daban, y yo, siempre que pasaba al lado de mi pupitre inclinado, ubicado en un sótano casi sin ventilación del colegio de La Salle de Gerona, yo corregía los dedos como buenamente podía, a veces haciéndome un lío, para evitar la reprimenda. Sin embargo, el profesor de dibujo artístico, seglar y fumador en clase, era mucho más flexible. Revisaba los pupitres mientras la ceniza de su cigarrillo caía sobre nuestros dibujos. Recuerdo ahora que me procesaba una atención especial, silente pero protectora. Quizás también se percatara que cogía mal el lápiz, pero nunca lo manifestó.

A día de hoy, sigo escribiendo mal. Nunca he corregido mi manera de escribir y tengo que decir que no me ha ido mal, así que seguiré escribiendo así, mal, para todos y todas aquellos que quieran seguir leyendo más allá de lo meramente impuesto.

Muchas gracias, querido Antonio, por recordármelo.